La noche comienza en un bar con bastante mal servicio.
No nos hacía falta nada.
Solo mirarnos a los ojos.
Casi bengalas.
Me arañas la espalda queriendo sacar mis alas.
Y me caí.
Me caí en tus manos, frías como siempre.
Me quedé a descansar en las arrugas de tus dedos.
Y me hice un nudo.
Me deshiciste para que siguiera cayendo.
Y, joder que si caí.
Más concretamente a tus rodillas,
las cuales colocas a cada lado de mi pierna y
aprietas.
Me traes hacia ti.
Sale fuego de esos mares que tienes cerca de las pupilas.
Ibas a estar guapa con arrugas, con estrías.
De engordar con el cariño que te doy cada puñetero día.
Y a mi ya me ves,
más delgado.
Me parecen pocos los besos que nos damos.
Que rogamos al tiempo,
que no para de apretarnos.
El tiempo es relativo.
Un reloj sabe la hora porque otro reloj se la dice.
Los kilómetros son relativos.
Una sonrisa acerca mucho más a dos personas que cualquier coche.
La que no es relativa eres tú.
Eres superlativa a todo lo que te rodea,
subjetiva a todo lo que te agrieta.
Pero, seamos sinceros.
Queremos que se pare el tiempo en momentos de suicidio.
Que las sonrisas sean en directo.
Que los susurros no hagan daño en el pecho.
Y eso no puede llevar a nada bueno,
solamente a algo malo.
Algo tan malo que,
a cada momento de pensarte,
se convierte en algo deseado.
Algo maltratado, cierro este epitafio.
Espero que, cuando vuelva a caer, pueda a quedarme a vivir en el hueso de tu tobillo.
Que no duela mucho morir.
Ni tampoco
las ganas
de
estar
allí.
Lunas noches.
No hay comentarios:
Publicar un comentario