14 de diciembre de 2016.
El mejor sitio del mundo,
donde la inmensa mayoría de cosas que pasan son buenas,
es la cama.
Una de las cosas maravillosas que puede suceder en ella, es el verano.
O, lo que es lo mismo,
tú.
Me traes calor, agobio, sudor.
Te ahogo.
Te cojo del cuello, y aprieto fuerte.
Suelto para besártelo, mientras te meto un tirón de pelo.
Sigo bajando,
dibujo con la lengua todo lo que se me va ocurriendo.
Y, por fin, el deseado momento.
Nada de abecedarios, nada de formas geométricas.
Empiezo a dar besos a cada punto del triángulo,
y voy bajando.
Ahora soy yo el que muerdo, el interior del muslo,
para ser más exactos,
y dejar un buen par de cardenales.
Calmo el dolor a lametones.
Me aparto las sábanas para verte la cara.
Sonrío.
Te muerdes el labio.
Te imito.
Y te bebo.
Te mueres al poco.
Revivo como un loco.
Y vuelvo a hacértelo,
una
y dos y tres,
y cuatro y cinco,
y seis y siete,
y ocho y nueve.
Y vacile.
Ahí es cuando mueres más y se para.
Una pena.
Lunas noches, aunque sea el final de esta.
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