Acabo de enfrentarme a esta cuestión en medio de una conversación de What´sApp.
Hablábamos de compartir algo bonito, como es la escritura.
Pero claro, no caemos en que hay tantas cosas bonitas estigmatizadas.
Por ejemplo, el sexo sin censura.
Nos escondemos para hacer el amor, pero bien que hay peleas a plena luz del día.
Aceptamos el odio, escondemos lo mejor que hay en esta vida.
Querer a alguien.
Es ahí donde voy, escribir es querer, besar, volar.
Escribir es como un beso.
Le precede una mirada digna de pintura,
después, cerrar los ojos para que, ese nimio sentido, no atrofie lo que está a punto de pasar.
Llega el momento deseado, y los labios se juntan.
Se juntan muy poco a poco.
De una manera dulce.
Se parece mucho a la forma en la que escribo.
En la forma en que te toco sin que te des cuenta.
Se desea que esos tres segundos fueran eternos.
Y, para culminar, se despegan muy poco a poco los labios, estirándose la piel, como si no quisieran separarse,
para acabar en una mirada.
Una mirada que viene de lo eterno.
Echando de menos esa sensación.
Te imagino besando, como te imagino escribiendo.
Lento, con el alma.
Con un apretón leve de manos o de cuello.
Seguro que cuando besas, das un par de besos más cortos al final, a modo de firma.
Seguro que cuando escribes, das un par de miradas, para que no te de la prisa.
Y es que, muy a nuestro pesar, estamos para morirnos treinta veces.
Treinta veces de la risa.
Lunas noches.
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