Me imagino en una barca,
en mitad del mar.
Sin sentir nada malo.
Ni tampoco nada bueno.
Creyéndome en el derecho de elegir cómo morir,
cómo vivir,
cómo existir.
Me imagino de la mano de una chica con el pelo azul,
con los ojos amarillos
y las piernas moradas.
Moradas de la cantidad de mordiscos que le ha dado algún desalmado.
Me imagino exactamente así,
sin alma.
Sin esos 27 gramos que nos diferencian de los monstruos.
Me imagino cerrando los ojos,
recibiendo lo que me ofrece aquella tierra.
Diciéndote y diciéndome un par de cosas.
Pudiste besarme y escogiste la magia.
Mis demonios son mis mejores amigos.
Alejarme sin ti se convierte en querer volver.
Me acojonan tus ojos de mar.
Me acojonan las últimas veces.
Me acojona que puedan serlo de verdad.
La última vez que me dijiste en voz baja “dime algo”, me quedé callado.
La última vez que me dijiste en voz baja “pregúntame lo que quieras”, pedí una respuesta.
La última vez que me dijiste en voz baja “dame un beso”, quise que desapareciera la magia y no sabía lo que decía.
La última vez que me dijiste en voz baja “pide un deseo”, me arrodillé, porque mis deseos son una súplica.
La última vez que me dijiste en voz baja “pide lo que quieras”, pedí que esa fuera la última vez.
La última vez que me dijiste en voz baja “sueña bonito”, pensé en una estrella quieta, en una estrella muerta.
La última vez que me dijiste en voz baja “pide un funeral” yo pedí tu clavícula
y me aferré con fuerza.
Aquí me imagino, en mi tierra.
Aquí te bebo
mientras la lluvia
me besa la vergüenza.
Aquí termino.
Y recuerda que
si me matas,
que no sea
de
tristeza.
Lunas noches.