jueves, 29 de agosto de 2019

Nunca dejarás de ser una niña.

La niña de los ojos de otra galaxia,
la que desespera por un poco de esperanza,
esa que sueña con dejar de soñar
y que se ilusiona con una gota de rocío.
La niña que se muerde las uñas
porque se le agota la paciencia,
que la vida lleva demasiado tiempo
haciéndole promesas que dice que cumplirá mañana.
La que sabe que la curiosidad mató al gato,
pero también sabe que murió sabiendo.
La niña del regaliz de fresa,
y es que, no deja de ser eso, una niña
que no sabe cuándo callarse
y no sabe cuándo declarar la paz,
que tiene la lengua muy larga y la falda muy corta,
que lleva una espada envainada en cada costilla,
que es presa del miedo y cada día le suplica
que no la deje sola, que ya solo le queda él.
La niña de las cartas, las margaritas y el olor a lluvia,
que todavía cree en la magia,
aún habiéndose quedado sin su polvo de hada,
que todavía cree en el amor
aunque hace tiempo que parece
que solo sirve para vomitar poesía.
La niña de los libros,
porque vislumbra que aún no ha encontrado su mundo,
que tiene que estar perdido entre la literatura barata.
La que lucha por la revolución
y la que se cae cuatro veces por día
pero se levanta cinco.
La que ha firmado una amnistía con las noches,
porque sabe que sus monstruos se asoman a las 12
para ver las estrellas que ella dejó de sentir en su interior.
La niña de las sonatas, los violines y el ballet,
que tiene la memoria manchada de sueños que se creen recuerdos,
y que ya no entiende,
qué es verdad

y


qué no.













Lunas noches.

martes, 27 de agosto de 2019

Sorpresa.

Después de sanar cicatrices, vienen los ibuprofenos.
No queremos infecciones ni dolores, queremos.
A secas. Mojándonos los labios con lo primero que tenemos a mano.

Ojalá y sea tu culo.

Bajo con mis peores galas.
Me entero, después, que así es como te gusto.

Niña, yo no sé por qué te quitas, si sabes que me tienes de rodillas.
Tú solo quieres perderte y yo sé que si voy corriendo, tú,
me pillas.

Se coge el coche para ir por gasolina.
El amor estaba lleno. Las ojeras, vacías.

Tiro colchón al suelo para acabar durmiendo solo.
Trato de rasparte las costillas con algún chiste subido de tono.
Me miras raro, te apartas.

No me vienes a ver sin avisarlo,
vas a ver qué te tira.

Me dijiste que ninguno tiene el mando,
pero,
sorpresa,

es mentira.


















Lunas noches.

miércoles, 21 de agosto de 2019

¿Cuándo reina el gris?

Dos hermanos, peleados por un trono.
Uno lo quería para hacer la guerra.
El otro, para hacer el amor.

Ambos con la enemiga.

Yo, consejero, (bastante irónico), les digo:
"Podríamos llegar a un acuerdo. Una corregencia haría de este reino algo grande".

"¿Entre quién? Dos hombres no pueden reinar, ni aunque fueran hermanos."- Dijo el de la guerra.

"Bueno, la mujer de su hermano seguro y estaría dispuesta a reinar junto a usted, mi señor".- Dije sin estar muy seguro.
Miro al del amor. Su cara me tranquiliza pero me preocupa.

Triste, pero sonriendo.
Esa expresión quedaría en mi cabeza hasta que se desprendiera de mis hombros por alguna hoja justiciera.

"¡De acuerdo!".- Exclamó el de la guerra- "Habrá corregencia, pero también habrá guerra y amor con nuestra enemiga".

"En eso consiste quererse...".- Pensé para mí.

Roto, pero sonriendo. Ese era mi estado después del pacto.





A los años, tuve un hijo, que, con todas mis ganas, tutoricé para que fuera mejor consejero de lo que yo hubiera podido soñar haber sido.

"Quiéranse, simplemente".- Fueron las primeras y últimas palabras de mi hijo como nuevo consejero.

No debió hablarle así al amor. Ni a la guerra.
No es tan fácil.
De hecho,

es tan


tan




complicado.
















Lunas noches.

martes, 20 de agosto de 2019

Rota.

Así te conocí.
Esto se puede asociar con cualquier persona que haya conocido después de los 16 años.
Y si tú, que me lees, crees que no lo estabas, creeme que lo estabas.

Defecto mío creer que puedo reparar aquello que no he roto.
Afecto al besarte sin romperte, rompiendome yo, como si fuera otro.

Loco, por andar por tus lunas y lunares, por nadar en tu cuerpo aunque el agua fuera poca.
Me han partido el corazón igual que me han partido la boca.

También me partiste varias veces el labio de abajo.
Bruta.
Cada vez que mi cabeza tira para donde estás le grito
"Gira,
que no es tuya".

La verdad es que me hubiera gustado discutir contigo mucho más de lo que discutimos en todos esos años. Invitarte otra vez a vino.
Que solo haya un "chin".

Pero no.


Egoísmo se casó con cobardía

Y me

puso



fin.













Lunas noches.

lunes, 19 de agosto de 2019

Bailar entre cajas.

De nuevo, aquí estamos.

Me escribiste para decirme que ya no me ibas a escribir más.
Algo tan bien sabido, como callado.
La presunción me quiere hacer daño. Debería hacerme daño.

No lo hace.

"Creo que estoy bien", pienso, mientras hago mi maleta para irme de aquel ático al que llamas pensamientos.
Me quedé con ganas de sentir más, la verdad.

La mañana en que se abrió la caja de Pandora, iba en pantalones cortos negros. Nunca pensé que algo de color negro pudiera resultar feo o desfavorecedor. Y, sin embargo, ese pantalón me plantaba todas las dudas ante mis narices, derramándose sobre mis hombros en olas de "pude haber hecho más" y "nunca fui suficiente".

Esa mañana estaba feo, pero más importante aún: me sentía feo. Los días habían estado envueltos en una abrasadora brisa y el verano aún se antojaba largo y lleno de sorpresas, que titilaban como luciérnagas en el horizonte.
Subí a la furgoneta para volver a casa, como un padre cansado de sus hijos volviendo a su indeseada cama. Coloqué mi macuto debajo mía (qué raro se me hace esto de viajar tanto sin ser el sitio en el que estás tú) y las manos enguantadas de ganas de abrazarme.

Y entonces tú apareces en mi cabeza.







Empieza un baile.


La mañana en que se abrió la caja de Pandora, yo me quedé petrificado, como si hubiera visto a todos los fantasmas del mundo corriendo en tropel para robarme el alma. No recuerdo si pestañeé.
Seguramente no.
Como por arte de magia, numerosos engranajes empezaron a correr y a girar dentro de mí, activando un mecanismo que ya daba por obsoleto.
Suena música.
Mil cosas se me pasaron por la cabeza. Y ninguna de ellas era girarme y mirarte.

Al pasar al lado mía, me miraste. Dos veces. Yo seguí con la mirada fija al frente, como si la carretera que veía fuera la cosa más importante del mundo. O como si en ese momento me hallara inmerso en complejas meditaciones sobre el origen del universo.
Cualquier invento menos pensar en que acababa de entrar en el baile la persona que alguna vez me había roto el corazón.

(Dos veces.)

Y la caja de Pandora se abrió y se desparramaron fotos viejas y pañuelos bordados, canciones prohibidas y sentimientos atrapados en frascos con etiquetas que han amarilleado con el paso del tiempo. El polvo de estrellas se quedó flotando en el aire. Y sobre mi pantalón negro, igual que aquel vestido verde, se derramó el perfume de los recuerdos que se acumulan en los áticos de las casas antiguas.

Cuántas cosas te hubiera dicho si no hubiera sido por el hecho de que tú y yo ahora hablamos idiomas distintos.

Rato después, cuando por fin llegué a mi destino y me bajé de la furgoneta, noté que ya no me ibas a mirar nunca más.
Y, al notar eso, ni siquiera te dirigí la mirada cuando empecé a caminar por la acera, antes de que la noche llegara de nuevo.
Puede que pensaras que ni siquiera fui consciente de que estabas ahí. A decir verdad, creo que lo prefiero así.

Lo único que importaba era que la caja de Pandora había sido abierta de nuevo.

Y a ver quién era la persona bienaventurada que la conseguía volver a cerrar.













Lunas noches.