sábado, 4 de febrero de 2017

Confesión de una estación.

"La muerte de una lengua supone la muerte de un universo de posibilidades."

Puede que esto te vaya a sorprender.
Esta vez no voy a hablar de ti.
Voy a hablar de mi.

Soy un chico de casi 25 años con ganas de reír.
Con ganas de lo liviano, de lo banal,
de lo caro.

Suelo poner en una balanza todo lo que me trae dudas,
aunque, últimamente, me dedique a vivirlas, a estrujarlas.

Para qué se quiere una duda si no es para quererla.
Para qué se quiere a una guerra si no es para perderla.

Soy más primavera que otoño,
menos de rezar en un altar
y más de arrodillarme
a la altura de tu coño.

Soy así, vulgar, sucio.
Persona.
Que no se te olvide nunca.

No creo en los "para siempre", ni en los "nunca".
Soy más de creer en lo que me pone los pelos de punta.

Como cuando te doy la vuelta,
te acaricio la espalda y
te muerdo la nuca.

Me desvío rápido, porque me vienes a la mente.
Qué mentira digo. Tú no vienes.
Tú te vas algunas veces.

No puede venir algo que está la mayoría de las horas del día.

Soy más de frío que de calor,
más de apretar que de soltar,
más visceral.

Menos terrenal que muchas personas que dicen sentir. Amar.

Necesito un poco de aire, se avecina un febrero turbio.

Y es que en mis ojos,
aún soy enero,
pero
en el alma
ya preparo
tu

verano.











Lunas noches.

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