Me dispongo a recorrer esa frontera de lo que llamamos "dentro".
También conocida como piel.
Últimamente, ando bajo la jurisdicción de tus latidos,
de tus miradas.
De cómo pasas todo lo malo,
a ser absolutamente nada.
Vivimos, respiramos y sentimos envueltos siempre y a todas horas por ese abrigo de poro y vello.
Hace también de aduana para las cosas que realmente valen la pena.
Pocas son las cosas que la pasan, que evitan los controles.
Un beso, un buen beso, jamás se queda en la superficie.
Una buena epidermis le sellará visado indefinido.
Las primeras caricias obtienen también la ciudadanía inmediata.
No pasa con los te quiero, los te adoro, los te necesito, que necesitan renovar su pasaporte con una frecuencia máxima de 24 horas.
La vigencia de las heridas dependerá en lo que tarden en convertirse en cicatriz.
Cicatrices que se sanan cuando lloras.
Hablando de agua, también es bueno que la piel sea un tanto impermeable.
Que consiga que ciertas cosas, directamente, le resbalen.
La gente tóxica, por ejemplo, o los insultos gratuitos y los que no lo sean.
También debe resbalarte el cómo te veas por fuera, y calarte bastante el cómo estés por dentro.
Y, ¿cómo se hace?
Pues cada cual tendrá su manera.
Yo hace tiempo que dejé de escuchar a quien no me quiere bien.
Sobre todo a mí mismo.
Claro que, para eso, es imprescindible dejar de querer gustarle a todo el mundo.
De cualquier modo, el problema viene cuando dejamos pasar a quien no debe y no dejamos entrar a quien sí tendría que hacerlo.
Básicamente, porque jamás podemos prever el alcance del desperfecto y porque luego cuesta mucho más de sacar.
Tener piel fina para los que no lo merecen y gruesa para quien nos debería traspasar.
Nada de todo esto tendría ningún sentido si la piel fuese inodora. Si cada piel no tuviese su propio aroma, que más que perfume se trata de su manera de comunicarse, de su manera de hablar.
Dicen que es el idioma de las feromonas.
Yo prefiero pensar que es el idioma de los amantes, porque es el que sólo se practica a la distancia en la que ya no hace falta hablar.
Lo ves, vuelvo a pensarte y se me erizan hasta las patillas de las gafas.
Mi sangre se cree pato y se pone a migrar rumbo al sur.
Y por supuesto, de pronto, la ropa deja de tocarme.
Me llama la atención que, cuando se eriza la piel, se le llame "piel de gallina".
Con lo valientes que debemos ser para sentirlo.
Aquí me despido, con el pensamiento de que
todo lo que se nos pase por cada rincón de nuestra cabeza y nuestro corazón,
deberíamos
per
mi
tir
lo.
R.M.
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